viernes, 9 de octubre de 2015

[Crítica] Irrational Man


Gran parte de la obra de Woody Allen ha tenido influencia de la filosofía desde que el director neoyorquino descubrió al sueco Ingmar Bergman. La banalidad del mal y la conciencia de culpa, el azar y el destino, son temas que articulan algunas de sus mejores películas, como Delitos y Faltas (1990) y Match Point (2005). Sin embargo, Irrational Man, cinematográficamente hablando, se halla bastante por debajo de estas, sin dejar de resultar interesante, y contar con el acicate de un magnífico Joaquin Phoenix como el depresivo profesor universitario Abe Lucas (el actor ha adquirido cierta práctica en las personalidades torturadas a tenor de sus papeles en Two lovers, The Master o Her), que no encuentra motivación para seguir viviendo, ya que sus actividades políticas, docentes o intelectuales han acabado por parecerle inútiles y carentes de sentido. Una aventajada alumna, Jill (Emma Stone), fascinada por su carisma, intentará ayudarlo a vencer su pesimismo. La conversación que ambos escucharán por casualidad en una cafetería, dará un giro inesperado a la existencia de Abe, quien se planteará la posibilidad de cometer un crimen perfecto por una buena causa, que para él justifica la moralidad de su acto. 

A partir de aquí, el desarrollo del film, con evidentes toques hitchcokianos, flaquea en cuanto resulta redundante (la doble voz en off de la pareja protagonista, haciéndonos partícipes de sus sentimientos y conjeturas, se sobreimprime a unos explícitos diálogos que en su mayoría carecen del sutil ingenio de Allen); o demasiado obvio (la forzada relación causa-efecto de las escenas, cortas y engarzadas con un cierto descuido, apuntaladas con explícitas citas de Dostoievski o Arendt), llevándonos hacia donde el director se ha propuesto, a costa de subestimarnos, como si se tratara de una novela de tesis. La comedia romántica adquiere cada vez un tono más sombrío. Y, paradójicamente, al tiempo que empatizamos con el antihéroe, nos cuesta hacerlo con la modélica estudiante. En mi caso, no tenía claro si alguien debía morir, pero sí quien quería que viviese o sobreviviese. La muerte de alguien que se aferra a la vida, haya hecho lo que haya hecho, me resulta horrible.


Quizá el propósito de Allen es provocar al espectador un dilema moral que se pone de manifiesto en la impactante escena del desenlace (que no del epílogo). Al fin y al cabo, éste es un film más filosófico que narrativo, ya que la trama se dedica a escenificar la disquisición sobre Kant con la cual Abe inaugura sus clases en el Braylin College: si vinieran un día los nazis a tu casa y preguntaran si tienes a Anna Frank escondida en la buhardilla, ¿les dirías que sí? ¿Es ético ser siempre fiel a la verdad? En un mundo hipotético donde fuéramos todos perfectos acaso sí, pero, ¿y en el nuestro?

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